A PROPÓSITO DEL DÍA DE LA MUJER

Es curioso, pero nunca he analizado o interpretado las diferentes situaciones de mi vida como una mujer, quizás porque no tuve hermanos, nunca percibí diferencias en el trato y demás. Siempre me he visualizado y leído como un simple ser humano, desde la niñez. Y como un ser humano muy independiente, que nunca ha definido su identidad o su proyecto de vida en relación con lo que un hombre le pudiera ofrecer. Pero eso sucedió de manera natural, sin proponérmelo. Jamás me hice el propósito de salir adelante sola, sin un apoyo masculino, mis logros nunca han sido una respuesta agresiva de demostrar mi autosuficiencia, lo que sucede es que siempre me pareció lo más natural, como si alguien me hubiera instruido desde antes de nacer para que mis metas, mis gustos y mis deseos solo tuvieran como referencia mi propio ser.

Me recuerdo de niña con una camiseta que tenía la imagen de un perro impresa sobre fondo blanco y, ya en esa época, soñaba con vivir independiente de mis padres, en una casa con cinco perros. Cuando fui creciendo no me interesé por el maquillaje, me parecía perder el tiempo, y ha sido una enorme vanidad, porque he estado convencida de que me veo muy bien al natural, que no necesito nada en mi rostro, aparte de mi sonrisa.

Tampoco me interesé por los tacones, a los que llamaba con ironía “zapatos de dama”.

Jamás me importó lo que pensaran de mí, en la universidad me vestía con un pantalón de algodón, las medias gruesas y coloridas por encima, atrapando las botas del pantalón (nadie las llevaba así), y un saco de lana color aguamarina, que le había robado a mí papá y me cubría por completo. Ha sido tan grande la seguridad en mí misma y la vanidad que pensaba que si llegaba algún hombre, me querría así. ¡En eso sí me equivoqué! Los hombres de mi generación no estaban preparados ni dispuestos a amar a una mujer de ese estilo.

Ahora que ya estoy en los cincuenta años de edad, (para sorpresa mía, porque nunca pensé llegar a esta edad), evalúo mucho lo que ha sido mi existencia y he aprendido a aceptar el camino que tuve que recorrer. Reconozco, por ejemplo, que nunca estuvo entre mis sueños de niña o adolescente verme vestida de blanco y entrar a un altar para casarme. Pero, insisto, no lo rechacé, no construí esta vida que tengo como una rebeldía a lo que se pudiera esperar de mí. Siempre he sabido lo que he querido y lo que me hace feliz, sin supeditarlo a lo que pueda querer otro. No es egoísmo, tal vez egocentrismo, obviamente puedo ceder, y lo hubiera hecho muchas veces con gusto, pero en mi pensamiento nunca he tenido esa limitante.

Así soy, un ser humano por excelencia…. Que quiso tener un hijo con toda el alma, pero diversas circunstancias de origen kármico lo impidieron, eso no me quita mi actitud maternal, he sido madre de muchos sobrinos y sobrinas y, en especial, de muchos gatos, porque en el amor no interviene ni siquiera la especie. He deseado, también, tener un buen interlocutor masculino como pareja, pero eso solo se ha dado con algunos amigos, el mejor y más diestro interlocutor me abandonó, porque la muerte se le atravesó. Y tengo que confesar que no he admirado tanto a los hombres, como a muchas mujeres, que han tenido que transitar escarpados caminos para llegar al lugar donde están ahora, quizá cansadas, pero libres y felices.

En estos años de madurez sigo percibiéndome como un ser humano, que ha muerto varias veces, que ya se le ha detenido el corazón (en realidad y en lo metafórico), y que en verdad no tiene ni idea por qué sigue viviendo.