JOHN JAIRO OSTOS CORTES

hace 6 meses · 6 min. de lectura · ~10 ·

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UNA VISIÓN FASCINANTE DE LA MEDICINA EN CASOS MÉDICOS. MARSH H, REFLEXIONES SOBRE LOS PENSAMIENTOS Y TEMORES DE UN MÉDICO

UNA VISIÓN FASCINANTE DE LA MEDICINA EN CASOS MÉDICOS. MARSH H, REFLEXIONES SOBRE LOS PENSAMIENTOS Y TEMORES DE UN MÉDICO

En: Ante todo no hagas daño. Medicina Narrativa (Continuación de Libros del autor, Henry Marsh) Publicaciones y Ediciones Salamandra, S.A. 2014. España

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Introducción

En contraste con el trabajo fundamental de Antón Chéjov. El texto de Marsh H, también se enfoca en abrir con bisturí la realidad y encontrar la miseria, la ignorancia, la injusticia y lo absurdo de la condición humana. Permite, además, develar interrogantes que surgen no solo en la relación médico-paciente, sino en el sentido de ver la medicina como oficio, contrario a lo que Chéjov manifiesta en ella a través del arte.

Ricos detalles se develan en esta interesante narrativa de Marsh, muy importante para los pacientes en general, pero no menos para los médicos, administradores y arquitectos del sistema de salud, que a bien no mucho les preocupa hasta cuando se convierten en pacientes. Un ritual que no solo se refleja en la consulta externa, sino fuera de los monumentales edificios que se construyen en las grandes urbes, y que faltan en los remotos y olvidados lugares de distintos países. Nada lejano de lo que vemos hoy.

En este arte y oficio un tanto oneroso. Sin lugar a dudas para quien sirve, recibe y contra- presta (prestación o servicio que debe una parte contratante como compensación por lo que ha recibido o debe recibir), podría decir elogiando la medicina en las palabras de Héctor Abad & Tiberio Álvarez: “es ciencia, arte y mucha magia”, esa magia de llegar al otro, aunque uno no sepa mucho. Tener ese carisma de darse a entender al otro, de llegar a conclusiones y ayudarle a salir de su bache (Conversatorio en el egresado, UdeA). Es menester, estremecerse con una lágrima y no mantenerse en un tallado rostro empobrecido o desplomado, irascible o intervenido por las aflicciones del tiempo. Pongamos por caso a Igor, el Médico Ucraniano y amigo de Marsh H, en aquella respuesta telefónica que lo irrito cuando le pregunto por Tanya: “… pero no podía olvidar de él, lo limitado y bastante pedestre”. (p. 293)

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En esa letanía de múltiples actuaciones de la relación médico-paciente, subyace la interacción que en el principio de los tiempos se dio entre el sacerdote, el mago y el médico. En la que, a partir de la mediación, siguen vigentes las prácticas silenciosas y eternizadas de la práctica médica. Donde el paciente tiene que atravesar una aventura desde el comienzo de la enfermedad hasta que se encuentra con trabas administrativas, cierres o aperturas de nuevas leyes, pequeños y hasta grandes de la medicina, que los escuchan, lo tocan, le huyen, lo culminan, lo hacen aterrizar.

Es ahí donde precisamente radica el problema del médico actual, pues recae en aspectos que tienen que ver con volver a la semiología, a la esencia. Si no se tiene una compresión clara del dolor, por el ejemplo, no es posible que la vida y el alivio del mismo cobre sentido. Así, el hombre con mutismo acinético que describe el autor en su libro, la neurociencia lo reduce al pensamiento de las interconexiones neuronales y el sentir a la mera electroquímica, por ende, escinde otras explicaciones; en cuanto más la falta de conciencia en sus conclusiones, cierra los ojos al entendimiento del sufrimiento, que va de la mano con el dolor, pues lo interpreta desde su queja, como si se da por el ejemplo de aquel con anestesia dolorosa y que se explica por fenómenos de “plasticidad o remodelamiento cerebral” documentados y que suelen ser demostrados por respuestas antes estímulos no dolorosos.

Muchas de estas cosas, sin preguntar, anuncian una serie de sigilosas expresiones por parte del médico, como el asombro, el desprecio o quizás un desdén, por lo que considera a veces intrascendente. Luego, en tanto que al que sufre significa una marca, una seña o gesto de cambio de puesta en escena que le permita continuar su ciclo vital o el retorno a la búsqueda de sentido. En otras palabras, a través de un murmullo, la queja, el llanto y con todo lo que un tratamiento especial le permita al paciente apreciar. Más tarde, en lo que represente o corresponda a la antesala de una enfermedad aguda o crónica, la extensión de un incesante malestar o final.

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De manera similar y en conjunto con la medicina, Chéjov y Marsh encontraron en la literatura, un perfecto aliado. La fusión entre estas dos disciplinas, el método científico como herramienta para acercarse de manera imparcial a los congéneres y verlos detenidamente, bajo la lupa, y con la literatura, se dieron la posibilidad de representar lo visto, de expresar lo humano y cotidiano que se encuentra en cada acto de los hombres.

Sufrir las consecuencias del error cotidiano y algunas veces mostrar lo contrario a la verdad del acto médico. Resistir a la injusticia por parte de sus superiores. De ser objeto de lástima por ellos mismos o por otros diferentes del gremio. Dice el autor: “… Uno como neurocirujano, uno tiene que llegar a aceptar que comete errores y destrozar la vida de la gente”. De acuerdo con Marsh: [“… Se es menos cirujano cuando no se recuerdan esos desastrosos errores y demandas”], pues en la condición en la que quedan los cuerpos, la mayoría de ellos en estado vegetativo persistente, como técnicamente se le llama; queda por así decirlo, “el desatino” de aquel ilustre suceso a quien la ciencia ve como triunfo luego del intrincado proceso antes de resolver todo,  o en aquello que no se tiene otra opción, y de algún modo, en la experiencia como si tratara de un conjuro, la preocupación de las personas no importa y el resultado cualquiera que sea es lo que vale.

Siguiendo a Marsh: “Qué fácil resulta compadecerse de otras personas, si no eres responsable de lo que ocurre”. Es así que a mayor responsabilidad incrementa la posibilidad de cometer un error que haga sufrir a los enfermos. Y más aún cuando lo que haces se torna poco entretenido, aburrido o monótono. Por irónico que parezca, considero que olvido con frecuencia que esto me sucede, pero el ignorar que de algún modo necesito escapar me hace cautivo y más tarde esclavo, quizás si pudiera achacárselo al mercantilismo apremiante, podría ser fácil creer que el tropiezo en la búsqueda del bien común está en la burocracia y que lo puedo manejar por mí mismo,  pero no es así. Esto no solo depende del conocimiento que pueda dar, sino de la confianza, la sensibilidad y la humildad con que asumas la vida, que no es tuya ni del otro.

Es evidente que no es cuestión de habilidad, ni destreza, ni de tiempo. Emergen del pensamiento médico deseos incontenibles de aliviar y porque no de seguir hurgando sin dañar. Por más que parezca una compulsión... En la conmiseración de la práctica médica, se pretende ante todo evitar una reparación mayor, que termine afectando aquella vanagloriosa reputación.

En estos momentos, tener un personaje a quien emular o de inspirar es indispensable para los momentos de refugio solaz como los que tuvo el autor entre intervención a intervención; subyace, cuanto más, el dolor propio, que no se alcanza a percibir ni se reconoce en los demás, resulta en un tiempo que prepara para tomar más tarde decisiones libres y sin prejuicios.

Desde luego, por pruebas en esa memoria universal, donde el pequeño es el más grande y el número quizás no importa, y donde se empieza a pensar por los demás. Surgen aquellas cosas del común y de lo cotidiano que en otras épocas no se hubiesen podido imaginar ni mucho menos perdonar.

Considerando que la mayor tortura para los médicos sea la incertidumbre, más cuando se trata con gente que sabes que va a sufrir o que va a morir. Los propios médicos comprenden que cuando caen enfermos esto es lo que se repite, pues tienden a hacerse omisos los síntomas iniciales, lo que pasa como una subliminal instrucción, que podría revelar un hecho sin precedentes o algo simplemente supersticioso, que en últimas resulte en una mera o falsa percepción.

Hay médicos que saben tanto, pero no saben llegar al otro. Todos son datos, todos son laboratorios y en esto Marsh, nos da una descripción de como la medicina, se ha convertido en el artilugio y parapeto político de la burocracia de turno. Hoy, con sus puentes entre la ciencia y la investigación, se resiste a alejarse de lo que en sus comienzos represento para la civilización, un verdadero oficio. Qué, en la medida de los descubrimientos, ha venido soslayando el retrato de sus éxitos y así mismo, el devenir de sus alcances.

Finalmente, el hombre busca en la medicina un fin, un daño irreparable, un sufrimiento innecesario, como una rampa, desafortunada para algunos, dichosa para otros y vistos en términos de salud pública, algo costo-efectivo. En fin, para sufrir en la vida o para hacer de la vida en las manos del arte, la ciencia y la medicina, el goce o el disfrute de una verdadera fuente de salud.

John

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